LA HORDA... Fantasías del Maremoto.
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LA HORDA
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Oso temer la palabra de aquellos seres, quienes burlando profundidades marítimas, increpan la tierra foránea. Es el caso de la gente que amo, que respeto, que admiro con locura desbocada, el pisar tierra con olor a huésped, una no pertenencia de acogida y refugio. Nace una emoción incontrolable, la de un puma asechando rebaño, la densidad máxima y profunda de un río atormentado. Y son los espectros fluviales los encargados de hacer piso a los navíos inmigrantes, creando inmensas estelas guiadas por estrellas.
Ansiamos la ilustración de un paraje conocido, de algún segmento donde sentir comodidad, pues lo desconocido siempre atrae sed y apego ancestral. Mutilando ese sentimiento de poca duración, se aproxima la inspiración ingenua, esa que solo posee el extranjero, que divisa fiordos de majestuosidad en nuestra inmensa geografía plagada de tierra.
Cultivando los campos, increpo el no poder presenciar el nacimiento de un vegetal dorado, de no aprovechar esa flora bendita, devastadora e imponente. La gloria termina al entrelazar vínculos con lo divino.
¡Rompamos la barrera del sonido! Por la razón que sea, por miedo al naufragio solitario, a perder nuestra embarcación en una ola que azote, fuerza celosa proveniente de ultratumba.
Guiado por el poeta de las odas, el Winnipeg llega a descansar a nuestras costas indomables un 3 de Septiembre de 1939. Protegiendo a más de dos mil inmigrantes españoles en su madera, quienes provenían de tierras galas buscando refugio de la guerra civil, comandada por el dictador Francisco Franco. Tal magnitud, trascendencia física y espiritual posee esta nave, que se le recuerda con ternura infinita, por abuelos españoles jugadores de bochas, como una luz de salvación y oportunidad vital para los perseguidos bélicos.
Salvación y oportunidad, la mirada infaltable de un agradecido, un hombre quien puede desterrar su pasado de tortura, de sufrimiento inagotable, así proyectarse a la forma inhumana.
Ese espacio gris, ajeno a los profundos daños desquiciados y carnales.
¡Súbete al piso terrenal comandado por la música!
¡Saca a flote tu poesía guardada, tu corazón herido por los cuernos y el augurio!
La muerte se hace fiesta, con la cola guardada, enfrentando la proa de mil navegaciones, el emblema campesino brutalmente robado y echo contemporáneo. Y si después de esa explosión, de esa llegada a las piedras que dan la bienvenida, después que tú, viajero, lector y sobreviviente; Arribas al campo eterno de descanso merecedor, te miras las manos tajeadas por la sal, coges tu timón y emprendes. Tu trayectoria es interior, aunque el puerto huela a pacífico, el sabor de tu nación seguirá gustosa como el primer día, la ubicación geográfica es algo imaginario.
El viaje a los orígenes se lleva a cabo en la convivencia, prestando las alas a quien añore el despegue.
Si ese cable no envuelve tu hombro, embárcate a una nube frondosa, para así aterrizar en las campiñas gallegas. Dedícales brote y cosecha, o a ese tibio vendaval bretón, que envuelve suavemente tus heridas.
La lucha empieza al enfrentar tu realidad, que no es realidad, es vida